BIOGRAFÍA
Ernesto Noboa y Caamaño nació en Guayaquil, de igual manera que su compañero Medardo Ángel Silva, procedía de una familia notable. Cumplió su educación media, se estableció con sus padres en la ciudad de Quito,
en donde su aleteo poético, fue cobrando altura a través de
[periódicos] y revistas. Pero su fama se extendía también al auxilio de
las reuniones amicales en las que declamaba lo propio y lo ajeno, en
noches de bohemia en que no faltaba la excitación letal de los paraísos artificiales. Había aprendido Noboa un estilo de escribir y de llevar su existencia que provenía del París de los poetas malditos, pero que casaba peculiarmente con lo que él era por naturaleza:
un hombre extremadamente sensible, desdeñoso de la ordinariez de las
cosas cotidianas, acongojado por afecciones íntimas e ideas sombrías.
Las incomodidades del ambiente local, rudo para su ambición de vagas
delicadezas, le empujaron hacia Europa.
El viaje depuró aún más sus gustos y sus percepciones. Le dio oportunidad de captar imágenes extranjeras saturadas de poesía. Un ejemplo de eso es su composición Lobos de mar, en el paisaje de Bretaña,
cuando Noboa pudo contemplar a ese niño que desde el regazo de la madre
humilde torna sus glaucos ojos de futuro marino—y se queda escuchando
la promesa del mar!. Las impresiones de su vagabundeo lejano y las que
con alma sensible siguió recogiendo tras el regreso al país, pusieron el
calor de lo humano en sus versos, aunque acentuaron al mismo tiempo su
desazón, su pesimismo, su renunciamiento a la voluntad y el esfuerzo, su
predilección por las drogas
heroicas, su insalvable prisa hacia la muerte. Esta, por cierto, no le
sedujo de veras, «con su paso humilde de reina haraposa». Pero, en
cambio, le poseía un desmayo invencible frente a las cosas de la vida:
“Del más mínimo esfuerzo mi voluntad desiste,—y deja libremente que por
la vieja herida—del corazón
se escape—sin que a mi alma contriste—como un perfume vago, la esencia
de la vida.” En medio de su abandono amaba más radicalmente las lecturas
de los autores favoritos: «Heme, Samain, Jules Laforgue, Edgar Allan Poe -y, sobre todo, ¡mi Verlaine!». O, de igual manera que el modernista cubano Julián del Casal,
confesaba su apetencia de morfina y de cloral para calmar sus “nervios
de neurótico”. Seguramente Ernesto Noboa Caamaño fue la figura
representativa del Modernismo en el Ecuador.
Leyó a los franceses, a Rubén Darío. A Juan Ramón Jiménez.
Y de ese modo asimiló virtudes de forma que le permitieron hacer poesía
de gracia y delicadeza jamás logradas antes en el país. Rasgos
estilísticos, predilecciones por lo francés y lo exótico, estado
sentimental, singular aptitud renovadora, todo lo asocia legítimamente a
lo más caracterizado del movimiento modernista hispanoamericano.
Pero no desoyó totalmente el reclamo de los temas cercanos. Por eso
compuso con certeza y colorido aquel soneto titulado «5 a.m.», que es
una imagen fiel, viva, visual, de las gentes quiteñas que madrugan a la
misa bajo el clamor de las campanas y que se mezclan con el truhán y la
mujerzuela como en un apunte goyesco. Ernesto Noboa Caamaño publicó
“Romanza de las horas” en 1922. Y preparaba un segundo volumen de poesía — que jamás apareció— titulado La sombra de las alas.
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